Poco más.

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Días.

Perspicaces estrellas atraviesan tu alma, sintiéndose tan acogidas en ella como en las noches de luna nueva.

Apenas rozas el césped con tus dedos, el aire balancea tu sonrisa y juguetea con tu pelo, hueles el frío y lo vives con la calidez que no te importaría tener.
Arropas con tus manos a una albórea flor, pero ella decide empezar a marchitarse, echas a correr en medio del oxímoron de tus pensamientos, tropezando con abruptas y finas líneas que recuerdan a tus impulsivas pero meditadas intenciones.
Te pierdes entre tanta incoherencia y llegas al fondo de una taza blanquecina con manchas de una bebida que no deja a tu garganta exenta del dolor.
Te empeñas con fervor en llegar a la cima entre las adormiladas sensaciones, dirigidas por un muy bien disimulado epicuerísmo.
Diriges la mirada hacia tu inexistente futuro y tu apolínea figura se entrega al abismo para volar en contradirección, encontrándose de frente con aquel ser majestuoso y podrido al que llevabas esperando tanto tiempo.

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