A mi cabeza la guarda la más grande de las tempestades; se destrozan recuerdos y se generan lluvias torrenciales que nunca caen.
Así pues, no tengo empeño ni ilusión,
no quiero ni comprensión ni diversión,
quiero que se me caiga el corazón
al suelo
y que se termine de romper,
que tantas grietas he arreglado
que ya no queda nada de lo que fue.
De mi ya solo sé mi nombre y el recuerdo de lo que era,
así que en esta pobre lucidez que me resta,
recogeré los pedazos de sueños que olvidé barrer y los colocaré tan bien como pueda.
Y esta vez, en lugar de construir una casita para protegerme de las tempestades,
me inclinaré por la chapuza más grande,
esperando
que me quede algo de suerte que pueda -de una vez por todas-
llevársela por delante.
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13/9/16
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