13/5/19

La esencia de existir

En esta cueva sin salida en la que vivo, cuanto frio en mi pecho. Tanto que es desmedido. Me eriza la piel y en tantos pedazos me rompe y con tanto ímpetu, que me siento como un cubito de hielo estallado contra la pared.
El aire trae emociones y miradas que se apresuran a darme una patada invisible: una sinergia que me recorre el cuerpo y me hace explotar en mil trocitos congelados.
Y cuando hay calor solo se derrite mi pecho y me inunda los oidos, como el ruido estático de una televisión, mi juicio tampoco puede ver nada.

La dispersión ocupa mi mente, mis manos son de papel y de piedra a la vez, siento que vuelo con mis pies y que me hundo en el suelo. No sé que hacer con tanta contradicción, con tanta ambivalencia, con tantos deseos dejados pasar por placer y tantos placeres para sufrir.
¿Cuál es mi sentencia si la hay? Pasaría mil infiernos por sentir la calidez, cambiria mil años de tortura por tocar unos minutos de paz. ¿Qué debería hacer? Aunque tuviese la respuesta, seguro me resultaria dificil de creer. Sigo agarrada al último clavo ardiendo que me queda, sigo arrastrándome viviendo muerta.
Y es que incluso en mi lucidez vive la incertidumbre, ya no sé identificar el inicio de mi sufrimiento ni tampoco la solución. No entiendo porque pasa esto ni porque lo atraigo yo, no sé cuanto más aguantará mi cuerpo que de tantas quemaduras frias es ya solo hueso sin carne.

No entiendo nada: si da igual cuanto intente escapar y la historia se vuelve a repetir, me veo avanzando en este bucle infinito que me lleva irremediablemente a rendirme de forma irreversible, el descanso -al fin- de un ente consumido, la caida a un abismo que no hace más que gritar que ya llegó la hora, que me relaje, que ¨ya es momento de descansar¨.
Sueño que me coloca los dedos en los párpados y que siento miedo y que, al notarlos bajar lentamente, nunca más.

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